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La Batalla de Chile I - II - III

“La Batalla de Chile muestra la revolución pacífica de Salvador Allende y la Unidad Popular filmada por un equipo independiente paso a paso. Comenzamos a filmar en Santiago el día 15 de octubre de 1972 y terminamos el 11 de septiembre de 1973 (el día del golpe de estado). Es una película documental realizada al mismo tiempo que se producían los hechos. No es una película de archivo. Tampoco es una película de montaje. Es el resultado de una filmación directa de una experiencia política que conmovió al mundo.

ALGUNAS NOTAS DEL DIRECTOR

“La Batalla de Chile" muestra la revolución pacífica de Salvador Allende y la Unidad Popular filmada por un equipo independiente paso a paso. Comenzamos a filmar en Santiago el día 15 de octubre de 1972 y terminamos el 11 de septiembre de 1973 (el día del golpe de estado). Es una película documental realizada al mismo tiempo que se producían los hechos. No es una película de archivo. Tampoco es una película de montaje. Es el resultado de una filmación directa de una experiencia política que conmovió al mundo.

Utilicé una cámara Eclair de 16 milímetros con tres baterías, dos chassis, un trípode, un grabador Nagra-4, un micrófono Sennheiser y un coche Citroen dos caballos. El equipo de rodaje estaba formado por Jorge Müller camarógrafo, Federico Elton jefe de producción, Bernardo Menz sonidista, José Bartolomé ayudante de dirección, y yo como guionista y director. Y después Pedro Chaskel como montador. La filmación contó con el apoyo de Chris Marker, quien me proporcionó 44.000 pies de película virgen en 16 milímetros en blanco y negro (equivalentes a 18 horas) y 134 cintas de sonido. El proceso duró siete años en total: uno de rodaje y seis de montaje. Este último se hizo con la contribución del ICAIC (el Instituto del Arte y la Industria Cinematográficos de Cuba).

Jorge Müller Silva, el director de fotografía y cámara, fue secuestrado por la policía de Pinochet en noviembre de 1974. Hasta hoy se desconoce su paradero. Es uno de los 3.200 desaparecidos y ejecutados de la dictadura. Federico Elton, el jefe de producción, estuvo detenido 24 horas en la Escuela Militar en las jornadas posteriores al golpe. Y yo estuve detenido 15 días en el Estadio Nacional de Santiago.

Esta trilogía ha sido objeto de la censura en Chile pues nunca ha sido emitida por la televisión pública ni estrenada cinematográficamente. El filme dio la vuelta al mundo en los años 70 y 80. Fue exhibido en 34 países de Europa, América, África y Asia. La revista estadounidense Cinéaste la nominó entre los “mejores 10 films políticos del mundo”.

LA VIOLENCIA COTIDIANA

Le Monde, 21 de mayo de 1975

 

 

Las dos manifestaciones más importantes del festival de Cannes este año han sido incontestablemente “Perspectivas del Cine Francés” sobre las cuales  volveremos con detalles dentro de dos días, y la “Quincena de los realizadores”, los dos eventos, lo recordamos, organizados por la “Sociedad de Realizadores de Filmes”, un hijo muy natural de la extraordinaria contestación que echó abajo el festival en 1968.

 

***

 

La Quincena no deja de proponernos películas sorprendentes,  la ultima ha venido de Chile a través de Cuba que lo ha financiado, proporcionado los materiales y el apoyo moral indispensable para llevar a cabo un destacado documento con el título : La Batalla de Chile,  la lucha de un pueblo sin armas, realizado por Patricio Guzmán, el autor de El Primer Año. Con la colaboración del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos) y de Chris Marker, Patricio Guzmán nos propone hoy la primera parte de un conjunto que contiene dos : la segunda nos explicará probablemente la otra mitad del título: La lucha de un pueblo sin armas.

 

Porque es un pueblo chileno triunfante, sarcástico a veces, desbordando de vitalidad, que toma la palabra en esta primera parte titulada: La insurrección de la burguesía. Patricio Guzmán abarca el periodo que se extiende desde las elecciones del comienzo de marzo 1973 hasta el comienzo de julio, analiza el complot permanente de una clase burguesa que defiende a toda costa sus privilegios frente a la Unidad popular. No intenta de engañar, como ciertos cineastas europeos que trabajaron en el Chile de Allende, en la víspera del golpe de estado o inmediatamente después, vendiéndonos “dulcemente” la posición oficial del comunismo mundial o la otra, más seductora, del MIR. Él coloca en su justo lugar las elucubraciones de tantos ensayistas que dan voluntariamente campo libre a su sentido innato de la ficción, a su novata vocación de novelista.

 

La Batalla de Chile, primera parte, es un análisis minucioso de eventos que se sitúan a igual distancia de la huelga de los camioneros, en octubre 1972, y del ataque a La Moneda a comienzos de septiembre 1973. Las elecciones se preparan. Patricio Guzmán y sus colaboradores dan la palabra a los simpatizantes tanto como a los adversarios de la Unidad Popular. Sus respuestas, tal como las han recogido (es decir la manera cómo el equipo ha sabido hacerlas surgir y él mismo montarlas), son por si solas un poema, un verdadero comentario sobre la situación en Chile en la víspera del asesinato del presidente Allende y de la toma del poder de la junta. La Unidad Popular vuelve al parlamento con una mayoría reforzada, pero la burguesía le emplaza, primero el partido demócrata cristiano de Eduardo Frei, le cierra sistemáticamente el camino, bloquea por diversos procedimientos jurídicos la posibilidad de acción del gobierno. Los ministros son sucesivamente destituidos sin otra razón que paralizar completamente el funcionamiento de la mecánica gubernamental. Allende es derrotado en su propio juego de la democracia.

 

Colmado de audacia, o más exactamente de lucidez dialéctica, Patricio Guzmán no duda en abordar un hecho trágico, a saber que los trabajadores de las minas del cobre se levantan contra la Unidad popular, bajo el impulso de dirigentes estrechamente relacionados con la central de los sindicatos del mundo “libre”. Aquí, la película alcanza su punto culminante: la realidad habla en directo, como todo el filme por lo demás, que quedará tal vez como la primera obra maestra de una nueva manera de analizar la política, de liberar la realidad vivida por el pueblo, y poner en su justo lugar, algo tan estimable en el contexto del cine comercial… de películas tan importantes como Sección especial o La órdenes. El presidente está en el primer plano de la acción, si se puede decir, interviniendo en todo momento, hombre de palabra y de acción íntimamente mezcladas.

 

Patricio Guzmán a filmado toda su película, evidentemente antes del golpe de estado de la junta, con un equipo de seis personas constantemente en el terreno, con cameras, con grabadoras. Solo un país socialista con una consciencia socialista, podía permitirse tal trabajo, por lo tanto como una conclusión lógica el montaje debía terminarse en Cuba.

 

Si varios cineastas de renombre están registrados bajo el genérico “escenario” – como Pedro Chaskel, otro realizador chileno, Julio García Espinoza, realizador cubano, y Chris Marker – la obra se debe evidentemente a un solo hombre. No por saltarse algunas prioridades sino porque tal vez el trabajo de creatividad, la puesta en escena, el montaje, valen bien el trabajo de un Bresson o de un Fellini, salvo que estamos en un planeta completamente diferente.

 

                                                                                                                                                                              LOUIS MARCORELLES

LA PUESTA EN ESCENA DE LAS CONTRADICCIONES DE LA UNIDAD POPULAR

« El Golpe de Estado » de Patricio Guzmán en la Quincena.

Le Monde, 20 de mayo de 1976.

 

 

Subestimada por una gran parte de la crítica francesa de la izquierda, la primera parte de la trilogía titulada “La Batalla de Chile” (título de la primera parte: “La insurrección de la burguesía”) definía una aproximación de análisis político al cine, lo que rompía con las tradiciones. Situándose a la distancia igual de un filme estrictamente militante, destinado a obtener unos efectos bien precisos, y de un filme “artístico” en la tradición de los grandes soviéticos mudos –un heredero directo de esa tradición está hoy en Cuba, el cineasta Santiago Álvarez--, Patricio Guzmán y su equipo de trabajo proponen simultáneamente una herramienta de trabajo, un testimonio, un análisis.

 

Recordemos brevemente cuales son las circunstancias del rodaje y del montaje de “La Batalla de Chile”, tal como nos explicaba el realizador el día después de la presentación de la “Insurrección de la Burguesía” en la Quincena de los Realizadores en Cannes, en mayo de 1975: Guzmán y cuatro de sus amigos se organizaron para seguir día a día la actualidad política chilena con una disciplina casi militar, que les permitió después del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 de salvar y luego transportar fuera del país el inmenso material filmado en los últimos meses de la Unidad Popular: ellos adelantan las premisas de un desarrollo cinematográfico que no tiene equivalentes hasta hoy. El campo de la actualidad será barrido cada mañana, antes de salir a filmar, en tal y tal lugar preciso, dirigidos por el “boca oreja”. “Hay que estar presente en todos los lugares donde el proceso político despliegue sus fases más importantes, las más significativas”. Pero, para su gran consternación, Guzmán que había filmado con entusiasmo los dos primeros años de la Unidad Popular, está viendo según sus propios términos que filma “no solamente la revolución sino la contra revolución”. Los acontecimientos avanzan a un ritmo tan vertiginoso que el equipo, en un momento determinado, tiene la impresión de correr desesperadamente tras una realidad inalcanzable.

 

“La Insurrección de la Burguesía” terminaba premonitoriamente con el asesinato del cineasta argentino Leonardo Henricksen, filmando a los oficiales y soldados golpistas, durante la primera tentativa de golpe de estado del 29 de junio de 1973, fríamente abatido por uno de ellos, que apuntó directamente a la cámara. “El Golpe de Estado” retoma el hilo de los acontecimientos exactamente en ese punto, utilizando la misma secuencia para iniciar una narración que asocia con extremo rigor la continuación de las diez últimas semanas del gobierno de Allende. Los trabajadores desfilan delante el presidente al día siguiente de la tentativa de golpe, Allende se compromete a superar la crisis por la vía constitucional. El núcleo de este nuevo relato se estructura según dos líneas de fuerzas dialécticamente equilibradas, bien establecido que “La Insurrección de la Burguesía, tema de la primera parte de “La Batalla de Chile”, se desliza por debajo dentro de la segunda, definiendo así la contradicción principal. El relato va entonces a presentar las dos estrategias de la izquierda, que nunca llegan a reunirse hasta el 11 de septiembre. De un lado, está la estrategia del frente antifascista defendido por Allende y que engloba al partido comunista, al partido MAPU obrero y campesino, al partido radical (social demócrata); y del otro lado la estrategia de prepararse para un enfrentamiento violento con el ejército y la burguesía, considerado como inevitable, tesis defendida por el partido socialista, el MAPU (movimiento de acción popular unitaria, distinto del MAPU obrero y campesino), la izquierda de la democracia cristiana, y que apoya el MIR (movimiento de la izquierda revolucionaria). La central única de trabajadores (CUT) revela en su seno contradicciones idénticas.

 

Paralelamente, la situación del gobierno de la Unidad Popular se empeora sin parar. La democracia cristiana rechaza de votar el estado sitio después de la primera tentativa de golpe del 29 de junio, el movimiento de agitación y reivindicación suscitado por la derecha a través de todo el país se extiende, sostenido por el dinero americano. El ejército se prepara seriamente para el segundo golpe de estado; empieza por aplicar con extremo rigor una ley votada en su origen para combatir las acciones de los grupos armados de la derecha: las fábricas, los cordones industriales, son regularmente allanados por los militares que actúan en terreno conquistado. Las contradicciones al interior mismo del gobierno de la Unidad Popular aparecen a la luz pública cuando, por ejemplo, el prefecto de la policía decide un día enviar sus fuerzas contra los obreros de un cordón industrial que ocupa una calle. El intendente de la provincia de Santiago, que tiene mando sobre el prefecto, viene con urgencia para restablecer la situación y hacer evacuar las fuerzas de la policía.

 

Un comentario que invita la lectura

 

Dos momentos extraordinarios, dos pedazos de antología se podría decir, si este término no estuviera mal utilizado aquí –porque de hecho estamos frente a otra concepción del cine, revolucionario, que une indisociablemente la imagen y la acción o, si uno prefiere, el significante y el significado— nos ofrece leer la historia como de repente cazada en su movimiento irreversible: el 27 de julio, la derecha asesina al edecán del presidente Allende, el comandante Arturo Araya; el mismo día sus restos son transportados del palacio de La Moneda al cementerio de Valparaíso para el entierro; los honores militares se le rinden bajo los sones de la marcha fúnebre, la cámara se desliza a lo largo de los rostros, un comentario incisivo nos invita prácticamente a leer debajo de esas miradas herméticas que el golpe decisivo se prepara. Segundo momento histórico: la gigantesca manifestación del 4 de septiembre, una semana antes del golpe: ochocientos mil simpatizantes de la Unidad Popular desfilan delante de Allende, los seis partidos de la Unidad Popular debajo de sus banderas, el MIR que se unió al desfile. Cada partido corea sus lemas, su política, y la cámara, el micro, estaban ahí para captar admirablemente la contradicción en la unidad.

 

Las imágenes de la caída de Allende son breves: no siendo ni mexicanas ni suecas, el equipo de “La Batalla de Chile” se repliega, filma no obstante la declaración de los cuatro militares organizadores del golpe delante de las cámaras de televisión. El filme de Patricio Guzmán encuentra su conclusión lógica, confirma un estilo de aproximación de la realidad irreemplazable. Escuchamos tantas veces repetir de forma arbitraria, que el cine “traiciona” la realidad cuando pretende mostrarla en directo, que nosotros ponemos de buena gana el mundo cabeza abajo. Si el testimonio ofrecido por el cine directo, y en esa perspectiva “La Batalla de Chile” marca una fecha en la historia del cine –Guzmán y sus colaboradores estaban ahí todos los días en la primera fila de una actualidad “interpretada” desde el rodaje— si este testimonio es insustituible, es en la medida en que no se ejecuta en el vacío ideológico, es en la medida que sirve para un análisis “El Golpe de Estado” nos deja entrever lo que será mañana la historia estudiada, revisada y corregida por el cine, lejos de la polvareda libresca.

 

La Quincena de los Realizadores se honra inaugurando su ciclo de proyecciones, paralelamente a la proyección de “El Imperio de los Sentidos” en una sala vecina, con este tan filme tan grande que es difícil de presentar con la exactitud que yo hubiera querido después una sola visión.

 

      LOUIS MARCORELLES

 

 

 

LA LUCHA DE CLASES FILMADA COMO UN PAISAJE 

Le Monde, septiembre de 1976

 

 

“El golpe de estado” de Patricio Guzmán

 

El eco que ha recibido la película argentina “La hora de los hornos” en Europa después de 1968, la sucesión de películas militantes que se conocieron luego, para empezar con las de Marine Karmitz, las recientes presentaciones en las antenas de la televisión francesa de películas como “La confesión” y “Sección especial” seguidos de debates en directo muy animados, prueban hasta el absurdo, si eso fuera necesario, el rol creciente jugado por el “cine directo”, sonido e imagen inseparables, bajo sus múltiples formas, como expresión del inconsciente colectivo.

 

Doble papel: revelar un momento de la historia, o volver a encontrarlo, y descubrirse uno mismo frente a esas imágenes y sonidos. Esas imágenes y esos sonidos no caen del cielo. No pueden de ninguna manera pretender a no se qué verdad ontológica (de ahí lo absurdo, no vamos a dejar de repetirlo, del término “cine verdad”).

 

Cuando se trata de Chile, sobre el cual existe un número relativamente considerable de películas, para empezar por “La Espiral”, la más conocida de todas, la exigencia de un método para aproximar lo real se impone aún más imperativamente, y ahí, Jean-Luc Godard ha puesto el problema en términos que son difíciles de rechazar: ¿quién habla, de dónde se habla, a quién se habla?

  

***

 

Patricio Guzmán, que nos entrega un segundo episodio de “La batalla de Chile: el golpe de estado”, después de habernos mostrado un año atrás (la primera parte, titulada) “La Insurrección de la burguesía” ha estudiado filosofía en la Universidad de Chile, luego cine en Santiago y en Madrid. Él dirigió el taller de cine documental de Chile-Films, organismo del estado, en el momento en que Salvador Allende llega al poder. En 1971 realiza su primera película documental de largometraje, “El primer año”, que como su título lo indica, propone un balance del primer año del poder popular,  del 5 de septiembre de 1970 hasta la mañana de la victoria electoral de Salvador Allende, el 4 de noviembre de 1971, primer aniversario de su entrada en funciones. “La respuesta de octubre”, el año siguiente, filme documental de una hora, ilustra la respuesta de un sector determinado de un cordón obrero de la periferia de Santiago bajo las presiones patronales en octubre de 1972.  Al principio, “La batalla de Chile” se llamaba simplemente “El tercer año”; esa película quería retratar el balance del éxito de la Unidad Popular.

 

Ir más allá del documental periodístico

 

Patricio Guzmán se explicó largamente en Cannes, en mayo pasado, durante la presentación de “El golpe de Estado”, sobre las condiciones bajo las cuales él y su equipo trabajaron; “Cuando empezamos a  filmar, a lo largo de febrero de 1973, nuestro primer impulso fue filmar todo lo que pasaba y buscar luego una estructura en el montaje, jugando casi el papel de periodistas observadores. Nos hemos dado cuenta rápido que era más o menos imposible filmar todo lo que estaba pasando, en la medida que los numerosos hechos son el resultado de un proceso invisible que culmina a veces en un hecho exterior y que, entonces, ese simple hecho exterior filmado constituye un nivel de filmación demasiado parcial… Nos hemos entonces alejado cada vez más del documental periodístico para acercarnos al documental de análisis”.

 

“El hecho que el proceso revolucionario se desarrollaba en los marcos de un aparato de estado burgués era de cierta manera la clave que originó el proyecto. Filmar en Chile, no era filmar una guerra de liberación, se trataba de filmar eventos que se desarrollaban en un lugar donde la constitucionalidad burguesa permitía seguirles paso a paso. En el caso chileno, el aparato del estado fue mantenido durante toda la duración de la existencia del gobierno, aún cuando sabíamos todos que íbamos directamente a un golpe de estado fascista o a la guerra civil… Pero mientras esto no tuvo lugar, pudimos filmar la lucha de clases de la misma manera como se puede filmar un paisaje”.

 

El objetivo era de “realizar una película que englobara dialécticamente todos los eventos. No se trataba de no tomar partido, sino de entender conscientemente que los eventos que vivíamos eran cruciales para la historia del movimiento obrero chileno y que nuestra película debía ser una forma de memoria de este episodio de nuestra historia”.

 

El equipo de Patricio Guzmán se compone de un cameraman, Jorge Müller (desaparecido en noviembre de 1974 y probablemente asesinado), un ingeniero de sonido, un director de producción y de un asistente de realización. Cuarenta y cinco mil pies de película en 16 mm solamente fueron filmados, cuando, el más mínimo equipo de televisión extranjera, sueca, alemana, mexicana, para un simple episodio, graba fácilmente doscientos mil pies. El trabajo no tenía sentido sino eligiendo muy rigurosamente los lugares de filmación, por lo tanto de una cierta manera preveía un montaje previo.

 

Al contrario del primer episodio de “La batalla de Chile: La insurrección de la burguesía” (Le monde del 21 de mayo de 1975), que describía un conflicto de clases, simple, entre las fuerzas de la Unidad Popular de un lado, y del otro lado los patrones, la pequeña burguesía que deriva cada vez más hacia la derecha, “El golpe de estado” instaura una doble división: entre la izquierda y la derecha, cierto, pero al interior de la izquierda misma, entre la línea dura que representa el partido socialista y sus aliados –que consideran el enfrentamiento con la derecha como inevitable, por lo tanto reclaman la movilización de las fuerzas populares “para la preparación de esta guerra civil” (P. Guzmán)—y la estrategia del frente, defendido por el partido comunista y sus aliados, “esta táctica reposaba en la afirmación de una imagen constitucional del gobierno”.

 

“La batalla de Chile”, insiste Patricio Guzmán, no expone el proceso revolucionario a partir de un solo punto de vista, sino que pretende mostrar todos los puntos de vistas de la izquierda considerados en su conjunto”.

 

“El golpe de estado” contiene dos clases de documentos: por una parte los eventos brutos, como la primera tentativa de golpe, el entierro en Valparaíso del edecán de Allende asesinado, las discusiones estériles en el parlamento, el golpe de estado del 11 de septiembre con las últimas declaraciones de Allende y la aparición de la junta en la televisión del Canal 13, la noche misma del golpe; por otra parte, la interpretación de esos eventos a través de discusiones, intervenciones en el medio obrero y sindical, las declaraciones de los seis jefes de los partidos que sostienen la Unidad Popular, MIR incluido, la impresionante manifestación del 4 de septiembre, en que ochocientas mil personas desfilan delante del presidente Allende, cada partido agrupado detrás de sus banderas y gritando sus lemas.

 

La calidad y los límites del trabajo de Guzmán y su equipo son muy claros: dar un primer reflejo, “objetivo”, con todos los peligros agregados a este adjetivo delicado de maniobrar. Los límites: no se filmaban las olimpíadas bajo la dirección de Leni Riefenstahl, ni un desfile en la Plaza Roja, sino más bien un proceso, la lenta desintegración de un orden social, del cual no se podía saber el resultado, golpe de estado o guerra civil.

 

La calidad única de “El golde de estado” es de hacer un todo, un bloque indisoluble, rodaje, montaje: los que han tomado la responsabilidad de las imágenes y del sonido, la asumen hasta el final (al contrario que “La Espiral”, que parte de otro principio, reposa sobre el comentario magistral de documentos muchas veces extraordinarios, pero filmados por terceros).

Con o sin razón, nos parece que el gran cine político del futuro, el documento político digno de ese nombre, proponen condiciones de ese tipo. Citemos una última vez a Patricio Guzmán (la conclusión de una entrevista que tuvimos en 1975, siempre en Cannes, durante la presentación de la primera parte de “La batalla de Chile): “no se trata de una película basada exclusivamente en las entrevistas: esto, el cine directo, con sus exageraciones, nos lo ha impuesto muchas veces. Es la posibilidad de estar presente delante de un evento y de filmarlo en toda su riqueza audiovisual. Yo creo que, en este sentido, hay una apertura que es interesante de seguir y que nos puede llevar mucho más lejos”.

 

LOUIS MARCORELLES

Debería decir « la Izquierda Cristiana » en lugar de «la izquierda de la Democracia Cristiana ». Nota del realizador. 

Nota de Guzmán : Marcorelles se equivoca de fechas. Debería decir : « del 4 de septiembre de 1970 hasta  el 4 de septiembre de 1971, primer aniversario de su entrada en funciones ».

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